

La causa de la muerte de
Jesús hay que buscarla en su misma vida. «Su
muerte es incomprensible sin su vida, y ésta lo es sin aquél para quien él
vivió: su Dios y Padre» (J. Moltmann). La vida de Jesús fue “hacer la
voluntad del Padre”.
Jesús
molestaba. Su vida humilde y su modo de concebir y presentar el Reino de Dios
desconcertó, primero, y decepcionó, después, a muchos de sus oyentes. Todo esto
hacía previsible un desenlace trágico en su vida…

Es cierto que para muchos de nuestros cristianos
serán estos los únicos días que se sientan con una especial vinculación con su
vida de fe. Pero no hemos de olvidar que la muerte y resurrección de Jesús no
son un acontecimiento aislado de la vida de Jesús, sino, más bien, la culminación de toda una existencia
“para” Dios y los hombres.
Además,
celebrar el misterio pascual de la muerte-resurrección de Jesús, no nos puede
dejar indiferentes como si estuviésemos asistiendo a una obra de teatro que
ocurre fuera de nosotros: Jesús en su entrega de vida nos compromete y pide de nosotros la ofrenda total de nuestras
personas junto con él, al Padre y a los hermanos.
Esto es lo que actualizamos cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía.
¿Seremos capaces de vivirlo así?