martes, 26 de marzo de 2013


             Los cuatro evangelios inauguran la última estancia de Jesús en Jerusalén con el relato de su entrada triunfal. Pretenden poner de relieve el enfrentamiento, sobre todo, con las autoridades religiosas judías debido al gran prestigio creciente que Jesús tiene entre el pueblo sencillo. Es desde ahí, el marco en el cual habrá que entender el nuevo camino con el que Jesús quiere darnos a conocer la voluntad del Padre: un camino de servicio y entrega; no un camino de poder y dominio, sino el Camino Nuevo del Amor que culminará con la entrega de su misma vida.
            La causa de la muerte de Jesús hay que buscarla en su misma vida. «Su muerte es incomprensible sin su vida, y ésta lo es sin aquél para quien él vivió: su Dios y Padre» (J. Moltmann). La vida de Jesús fue “hacer la voluntad del Padre”.
            Jesús molestaba. Su vida humilde y su modo de concebir y presentar el Reino de Dios desconcertó, primero, y decepcionó, después, a muchos de sus oyentes. Todo esto hacía previsible un desenlace trágico en su vida…
           
Me gusta pensar en el Domingo de Ramos como una especie de “obertura” de todo lo que vamos a celebrar en la semana siguiente, y que vamos a ir desgranando paso a paso, día a día, acontecimiento tras acontecimiento para revivir la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Es cierto que para muchos de nuestros cristianos serán estos los únicos días que se sientan con una especial vinculación con su vida de fe. Pero no hemos de olvidar que la muerte y resurrección de Jesús no son un acontecimiento aislado de la vida de Jesús, sino, más bien, la culminación de toda una existencia “para” Dios y los hombres.

Además, celebrar el misterio pascual de la muerte-resurrección de Jesús, no nos puede dejar indiferentes como si estuviésemos asistiendo a una obra de teatro que ocurre fuera de nosotros: Jesús en su entrega de vida nos compromete y pide de nosotros la ofrenda total de nuestras personas junto con él, al Padre y a los hermanos.
Esto es lo que actualizamos cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía. ¿Seremos capaces de vivirlo así?

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